Capítulo 33: La perrita que nos rompió el corazón

y lo cruel que son muchas personas... 🥺

¡Hola, viajero/a!

Hay historias de viaje que te sacan una carcajada. Otras que te hacen temblar, como las de Tanzania. Y otras… otras que te parten al medio sin pedir permiso. Hoy os contamos una anécdota del tercer grupo, así que coged pañuelos porque se vienen curvas.

▶︎ Recuerda que cada semana os enviamos una anécdota NUNCA CONTADA ANTES con una moraleja final y consejo viajero que podéis utilizar. Si quieres leer otros capítulos anteriores puedes hacer clic aquí.

En la Newsletter de hoy:

Lo que nos ocurrió en Asia - Capítulo 33:
La perrita que nos rompió el corazón

Esta anécdota pasó en Koh Phangan, Tailandia, un día cualquiera en el que solo queríamos visitar una cascada. El plan era sencillo: moto, cascada, un baño frío, unas fotos y seguir viaje. Pero si algo aprendimos viajando por Asia es que cuando todo parece sencillo, algo va a pasar.

Y ese “algo” llegó en forma de perra. Una perra preciosa, bien cuidada, pero completamente desorientada. Tenía ese tipo de mirada que te deja clavado… mezcla de susto, calor, abandono y esperanza. Estaba sola, en medio de un camino perdido entre selva y tierra, con 40 grados pegando sin piedad.

Nosotros nos miramos y sin decirlo supimos que no la podíamos dejar ahí. Subimos a la moto… y ella se subió también. Así, sin dudar. Como si nos conociera de toda la vida. Si nos sigues por redes sociales, sabrás que nos encanta re-bautizar a los animales que nos encontramos por el camino. A esta nueva amiga la llamamos: Remedios.

Hola.. ¿Me llevas?

Y ahí empezó nuestra misión imposible. Primera parada: la casa más cercana. “No vaya a ser que sea de alguien de por aquí”, pensamos. Llegamos, frenamos, bajamos… y en dos segundos salieron cuatro perros alocados, como si hubiésemos tocado el timbre equivocado del infierno. Si no acelero la moto en medio segundo, vete a saber lo que hubiera pasado…

Seguimos buscando. Más casas, más gente, más preguntas en inglés, gestos, sonrisas, cabezas que se movían de lado a lado. Nadie la conocía. Nadie la había visto. Nadie sabía de quién era. Y mientras tanto, los perros locales intentaban atacarla cada dos pasos. Ella se escondía detrás de nuestras piernas, temblando.

Segunda parada: Parque Nacional Than Sadet. Este era nuestro próximo destino después de la cascada. Pensamos: “Ahí seguro la conocen.” Pero no. Lo único que conseguimos fue más ataques caninos hacia Remedios y una sensación horrible de no saber qué hacer. Porque no podés dejarla sola. Pero tampoco sabés si sacarla de su zona ayuda… o empeora.

Aun así, decidimos pedir ayuda real. Tercera parada: la protectora de animales. Buscando por internet, encontramos algo parecido a una protectora de animales, en la otra punta de la isla. Media hora en moto con Remedios entre nosotros, agarrándose con sus uñas como podía mientras esquivábamos baches, tuk-tuks y perros.

Llegamos. Nos recibieron con buena onda, pero con una noticia que nos cayó como un baldazo de agua fría:

—“No podemos quedarnos con ella. Nuestra labor es curar a los animales lastimados que nos encontramos por el camino. Ella está bien de salud, por lo que no podemos hacer nada. Déjenla donde la encontraron, quizás sea de algún pescador que estará pasando el día por la zona.”

Nos quedamos mudos. ¿Cómo íbamos a dejar a esa perra sola, sabiendo lo asustada que estaba? Pero a la vez… ¿Quién éramos nosotros para decidir qué era mejor para ella? ¿Y si de verdad era de alguien y, nosotros con el afán de ayudar, nos la habíamos llevado lejos de su dueño/a?

Remedios de aquí para allá

La protectora al menos le sacó una foto y prometió subirla al grupo de Facebook de la isla, donde la gente suele reconocer perros perdidos. Volvimos con ella al mismo lugar donde la encontramos. Se bajó y, cuando un grupo de turistas pasó caminando, Remedios los miró… y se fue con ellos.

Y ahí dijimos: “Bueno… quizá es de alguien de por acá. Quizá este es su hábito. Fue una falsa alarma.” Ojalá…

Al día siguiente, abrimos el grupo de Facebook… y nos destruyó. Cientos de comentarios. Cientos de personas diciendo que la conocían. Y, a su vez, cientos de personas de comentarios que coincidían en el mismo dato:

Remedios tenía dueña. Una chica alemana. Una chica que la había adoptado en Chiang Mai, y que la había llevado hasta la isla, donde estaría viviendo por unos meses. …y que cuando regresó para Alemania, simplemente la dejó a su suerte.

La abandonó. Sin más.

Desde ese día, Remedios recorre toda la isla buscándola. Gente la adopta, pero ella al poco tiempo se escapa en búsqueda de su dueña. Gente la cuida, pero ella vuelve a irse. La buscan, y ella desaparece otra vez. Siempre buscando a quien, ella no sabe, la abandonó para siempre. Siempre volviendo al mismo punto: el lugar donde la vio por última vez.

Te juro que leer eso nos partió el alma en diez millones de pedazos. Porque nunca la vimos triste en sí… pero sí perdida. Sí buscando. Sí esperando. Y entender ese contexto nos cayó como un mazazo: no estaba perdida de un día. Estaba perdida de una vida entera.

Moraleja y Aprendizaje de la Historia

Viajar te muestra paisajes preciosos, sí. Pero también te enfrenta a cosas que no querés ver. La parte humana, la parte fea. La parte donde alguien toma una decisión egoísta y otro ser vivo paga las consecuencias.

Ese día entendimos que no siempre vas a poder salvar todo lo que querés salvar. No siempre vas a poder rescatar, arreglar o solucionar. Pero sí podés intentarlo. Y por un rato, Remedios tuvo agua, sombra, cariño y dos personas que no la dejaron sola.

Y eso… también es viajar. Hacer lo que puedas, con lo que tenés, donde estás. Porque los viajes no solo se miden en templos, cascadas y fotos en moto. También se miden en las veces que el corazón se te abre… y no vuelve a cerrar igual..

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