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• Capítulo 29: Confusiones en el Mercado Vietnamita

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Capítulo 29:
Confusiones en el Mercado Vietnamita

Da Lat no se parece a ningún otro lugar de Vietnam. Está en lo alto de las montañas, rodeada de pinos, con un clima fresco que parece de otro planeta. Durante el día, todo huele a café y flores; pero cuando cae la noche, la neblina se mezcla con el humo de las parrillas y las luces de neón.

Es entonces cuando el mercado nocturno cobra vida: cientos de puestos, motos esquivándote a centímetros, vapor saliendo de ollas y gente comiendo en banquetas de plástico.

Nos encantó desde el primer minuto.

Queríamos probar algo local, así que nos metimos entre los puestos hasta encontrar una mujer que vendía cocos frescos. La escena era de película: su gorrito de lana, los cocos apilados y una sonrisa enorme que te desarmaba.

Me acerqué con mi mejor inglés de turista seguro de sí mismo:

—Hello! How much this one?

Nada. Silencio. Sonrisa fija.

Volví a intentarlo, un poco más lento, como si eso ayudara mágicamente:

—How… much… this?

La señora seguía sonriendo, asintiendo como si entendiera, pero no contestaba.

A nuestro lado, otros vendedores nos miraban con curiosidad, y empezamos a notar que nadie, absolutamente nadie, hablaba inglés.

Así que saqué el móvil y dije:

—Tranquila, Patri, lo resolvemos fácil. Google Translate y listo.

Escribí en español:

“¿Cuánto cuesta?”

Y lo mostré con confianza. El problema era que no teníamos internet. El traductor, abandonado a su suerte, decidió improvisar. Cuando giré el móvil para mostrarle la traducción, la frase en vietnamita decía algo como:

“Te cambio a mi esposa por un coco.”

La mujer parpadeó. Me miró. Miró a Patri.

Y de golpe se echó a reír. Pero no una risa discreta, no: una carcajada que contagió a todos los puestos de alrededor. En segundos, estábamos rodeados de vendedoras riendo, levantando cocos y haciendo gestos como si estuvieran subiendo la puja.

Patri, roja como un tomate, me gritaba:

—¿Qué pusiste? ¿QUÉ LE MOSTRASTE?

Yo, sin entender todavía, solo repetía:

—¡El traductor! ¡El traductor se volvió loco!

Hasta que un chico joven, que vendía brochetas, vino a rescatarnos entre risas y nos explicó:

“Tú dijiste que cambias a tu mujer por un coco. Ellas te ofrecen tres.”

Terminamos comprando los tres cocos, claro, más por dignidad que por sed. Y nos fuimos caminando entre los puestos, tomando coco helado y riéndonos a carcajadas mientras las vendedoras nos saludaban levantando los suyos como si se despidieran de Patri.

Moraleja y Aprendizaje de la Historia

Viajar sin conexión en el Sudeste Asiático es jugar al traductor de la ruleta rusa. A veces acertás, y otras… terminás subastando a tu pareja por error.

Desde ese día, nunca más viajamos sin internet, no nos la jugamos al “ya tendremos wifi”. Porque una sonrisa ayuda, sí, pero un traductor con conexión salva matrimonios 😂

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