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Lo que nos ocurrió en Asia - Capítulo 23:
Un viaje corto, una urgencia larga

Estábamos en Vietnam y tocaba dejar Da Nang para ir a Huế. Un trayecto corto: menos de 100 kilómetros, una hora y media de viaje. Después de las palizas que nos veníamos pegando en buses interminables de 12, 20 o 30 horas, esto era pan comido. O al menos eso creía.

Como en cada bus vietnamita, al subir nos dieron una bolsa para guardar los zapatos: nadie entra con calzado para no ensuciar el interior. La primera vez que lo vimos nos pareció excelente, y con el tiempo hasta lo agradecimos. El ayudante del conductor nos acompañó a nuestros asientos: a Patri le tocó la ventanilla de arriba y, a mí el del medio, justo a su lado.

Por si nunca subiste a uno de estos buses, imagínate tres hileras de asientos-cama, de dos pisos cada una, en fila. Cómodos, individuales, con su cortinita. Todo iba perfecto… hasta que nos dimos cuenta de un pequeño detalle: este bus no tenía baño.

Acostumbrados a los últimos viajes (todos con baño), ni siquiera preguntamos. Lo dimos por hecho. Gran error. No nos preocupamos en ir antes y subimos tan tranquilos. Total, ¿qué son un par de horitas sin mear? Nada, pensé yo.

Pues no.

A la hora de trayecto, me agarraron unas ganas de mear alucinantes. Normalmente aguanto bastante, pero esta vez era distinto: cada segundo era como una cuchillada. Faltaba menos de una hora para llegar, así que apreté las piernas y me prometí resistir. A los minutos, ya no podía ni moverme del dolor. Tenía que hacerlo. Ahí mismo.

El problema: no tenía botella. Y llegar al chofer, que estaba a 7 u 8 asientos más adelante, era imposible: ni fuerzas tenía, y además sabía que iba a ignorarme. Abrí mi cortina y respiré aliviado al ver que todas las demás estaban cerradas. Sufriría en paz.

Miré mis cosas buscando una salida… hasta que la vi: la bolsa de plástico de las zapatillas. La misma que nos habían dado al entrar. La inflé un poco para comprobar que no estuviera pinchada (error de novato) y me lancé. Cerré la cortina, me bajé los pantalones y, entre el vaivén del bus y lo incómodo del asiento, empecé a mear como pude. Y vaya que meé: no miento si digo que estuve dos minutos de pura descarga.

El alivio fue inmediato… hasta que vi un chorrito salir por un diminuto agujero de la bolsa. Me quería matar. El asiento empezaba a mojarse y no sabía qué hacer. Abrí la cortina, me levanté con la bolsa chorreando en la mano y avancé por el pasillo hasta encontrar un asiento vacío. Cuando se reclina, deja un hueco detrás, una especie de vacío. Lo usé como “piscina improvisada”. Até la bolsa, la dejé ahí y fui a pedirle la suya a Patri para introducir mi bolsa y que dejara de gotear.

Con un trapo, limpié a la velocidad de la luz como pude todo el desastre que había armado. Y al bajar en Huế, disimuladamente, recogí la bolsa y me la llevé conmigo.

Moraleja y Aprendizaje de la Historia

Cuando la situación es extrema, se te ocurren ideas extremas… Así me pasó con este viaje eterno (siempre nos pasan cosas en los buses vietnamitas😂). Por eso, el aprendizaje de este mal rato, es el siguiente:

1. Antes de subir, fíjate siempre si tu bus tiene baño.

2. Aunque no tengas ganas, oblígate a ir al baño antes.

3. Lleva siempre una botella vacía a mano. Nosotros, desde ese día, empezamos a llevar una de dos litros “por si acaso”.

Porque viajar te enseña muchas cosas, pero hay una que aprendí esa tarde en Vietnam: La vejiga no entiende de paciencia, y menos en un bus sin baño.

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