Capítulo 21: Las "Puertas del Infierno"

El día en que un ejército de las tinieblas nos tendió una emboscada

¡Hola, viajero/a!

Hoy vamos a contaros una de las experiencias más duras del viaje. El día que las “Puertas del Cielo” se convirtieron en las Puertas del Infierno. 

Recuerda que cada semana os enviamos una anécdota NUNCA CONTADA ANTES con una moraleja final y consejo viajero que podéis utilizar. Si quieres leer otros capítulos anteriores puedes hacer clic aquí.

En la Newsletter de hoy:

Lo que nos ocurrió en Asia - Capítulo 21:
Las "Puertas del Infierno"

Estábamos de ruta por el este de Bali, recorriendo lugares como Candidasa, Sidemen y Amed. Muy cerca de este último, empezó la aventura que todavía hoy nos saca risas… y un poco de sudor frío.

Aunque nos habían advertido del circo montado alrededor de las famosísimas Puertas del Cielo del templo Lempuyang de Bali (esas que ves en Instagram con el Monte Agung de fondo), decidimos ir igual. La idea era visitar el dichoso templo y sacarnos la foto “típica” en las dichosas puertas… pero la realidad superó cualquier expectativa.

La noche anterior tomamos una decisión estratégica: despertarnos a primerísima hora para ganarle a las multitudes. Y cumplimos: a las 6:30 am estábamos ya llegando a las faldas del templo.

Primer sorpresa: no podés subir con tu moto. Hay que dejar el vehículo en un estacionamiento y tomar una lanzadera que te lleva a la entrada, pagando claro. Un poco timo, sí, pero bueno… tragamos saliva y subimos. Lo que nos bajó el ánimo fue otra cosa: ya había buses y autos llenos de gente. A las 6:30 de la mañana.

En la lanzadera íbamos mezclados con otros turistas medio dormidos, hasta que llegamos a la entrada. Pagamos la entrada (50.000 rupias, unos 3€) y ahí recibimos dos cosas raras:

  • 1. Un mapa con otros templos que se podían visitar por la zona (¿otros templos? ¡Ni sabíamos que existían!).

  • 2. Un número… como cuando vas a hacer un trámite. El nuestro: 154 😰

Entramos al templo y… shock. Majestuoso, con sus escalinatas blancas, estatuas guardianas y vista directa al Monte Agung (el templo es uno de los más antiguos de Bali, datado en el siglo XI, parte de un complejo de siete templos escalonados). Pero había un pequeño problema: nadie estaba mirando el templo.

Parte del templo Lempuyang

Todo el mundo estaba esperando su turno para la foto. Unos hombres balineses gritaban números, la gente les daba su móvil y en menos de un minuto hacían la sesión de fotos. Cuando llegamos, iban por el número 35. Nos esperaban… unas 120 personas por delante.

Si hubiéramos estado de viaje exprés, nos habríamos dado media vuelta. Pero vivíamos en la isla, así que dijimos: “Bueno… a esperar”. Mientras tanto, nos reíamos de las poses que hacía la gente, algunos parecían estar en una sesión de moda de Vogue espiritual.

Al principio, el Monte Agung estaba despejado, pero con el paso de los minutos una nube gigantesca empezó a cubrirlo. La espera se hacía eterna y la vista soñada se desvanecía.

Dos horas después, llegó nuestro turno. Entregamos el móvil al fotógrafo, quien sacó su arma secreta: un espejito que colocó delante de la cámara. Y así apareció el famoso reflejo de las puertas que veíamos en Instagram. ¿Qué pensabas? ¿Que el reflejo era real? Las redes sociales nos han hecho mucho daño jaja.

Minuto y medio de fotos, cambio de pose cada 3 segundos como si fuera un casting de publicidad, y listo. Foto hecha.

Luego de recoger el móvil, bajamos por las escaleras que dan hacia el otro lado de las puertas. Sinceramente estábamos decepcionados con todo lo que habíamos vivido aquella mañana, y necesitábamos algo mas. Algo que hiciera que la visita a aquel lugar valiera la pena…

Ahí fue cuando recordamos que nos habían dicho que habían unos cuantos templos más para visitar, asi que no lo pensamos mucho y emprendimos la caminata hasta los siguientes templos.

Caminamos y caminamos, pero no encontrábamos nada parecido a un templo, lo unico que hacíamos era acercarnos cada vez más a la montaña que teníamos de fondo.

Preguntamos a los locales, pero nadie hablaba inglés. Solo nos repetían “pura” (templo en balinés) y señalaban hacia… la montaña. Entre risas, nos convencimos de que los templos debían estar a sus pies… pero no.

Después de caminar un rato bajo un calor infernal, llegamos a la base y encontramos un puestito donde tomamos algo frío. La dueña, entre risas, volvió a señalar… arriba de la montaña. Y ahí estaba: una escalera infinita.

Decisión grupal: “Ya estamos en el baile, bailemos”. Empezamos a subir.

Media hora después… la escalera no terminaba.

Una hora después… seguía sin terminar.

Cada tramo parecía el último, pero siempre aparecían más y más escalones.

En medio de la subida, el calor se transformó en niebla espesa. Ya estábamos tan alto que apenas veíamos a 5 metros. Y ahí… empezó lo raro.

La niebla espesa

Entre la niebla, a lo lejos, empezamos a ver sombras que se movían muy rápido. Primero una, luego varias. Hasta que nos dimos cuenta: eran monos. Muchos.

Pero no los monos simpáticos de Ubud que te roban gafas para negociar por bananas. Estos eran monos salvajes, territoriales, y claramente molestos por tres intrusos.

En segundos, nos rodearon. Miramos para arriba y nos lamentamos al ver que también los teníamos encima, en los árboles sobre nuestras cabezas.

Si corríamos, podían atacarnos. Si los espantábamos, podían verlo como amenaza. Si seguíamos caminando tranquilos… tampoco sabíamos qué pasaría. Estábamos jodidos.

Pánico absoluto.

Optamos por seguir caminando, fingiendo calma. Grave error.

Monos salvajes

Los chillidos se intensificaron. Empezaron a saltar más cerca. Y de repente… ¡nos tiraron algo desde arriba! (Nunca supimos si era fruta, ramas o nuestra sentencia de muerte).

Cuando creímos que todo estaba perdido… apareció nuestra salvadora. Una señora balinesa, palo larguísimo en mano, como si fuera Rafiki del Rey León, espantó a palazos a los monos y nos acompañó hasta el templo.

El templo, al que llegamos casi llorando de alivio, era sencillo, sin turistas, solo locales haciendo sus ofrendas entre la niebla. Un escenario mágico… y un poquito terrorífico con las sombras de los monos saltando entre muros. Cuando entramos al templo, nos estaba “esperando” una señora sentada justo en el centro. Parecía como si fuera el “boss final” de un videojuego, que nos esperaba para desatar la batalla definitiva.

Preguntamos a los locales que estaban allí por los otros templos y nos señalaron un sendero cubierto de niebla que parecía salido de una peli de terror de bajo presupuesto. Otra hora de camino.

Nuestro último templo

Niebla en el templo

Nos miramos entre todos y la respuesta fue sencilla. Misión abortada.

Bajar fue otra odisea. Esperamos a que bajaran unos balineses y nos unimos a ellos para pasar sin incidentes por la “zona de ataque”. Los monos estaban esperándonos en el medio de la escalera, pero bajamos la mirada y seguimos como si nada.

Una hora y media más tarde, llegamos a la lanzadera. Exhaustos, sudados, con el corazón todavía acelerado… pero seguros de que ese día no lo íbamos a olvidar jamás.

Moraleja y Aprendizaje de la Historia

Si algo nos dejó este día es que los viajes son mucho más que las fotos perfectas que vemos en Instagram.

El templo Lempuyang nos recordó que muchas veces vamos con expectativas fabricadas por redes sociales y, cuando llegamos, nos encontramos con la realidad: filas eternas, montajes, multitudes y una experiencia que poco tiene que ver con la imagen que nos vendieron. Y no es que el lugar sea malo, es que la magia se diluye cuando nos enfocamos en buscar solo “la foto”.

Ese día aprendimos que no todo en un viaje debe girar alrededor de un momento instagrameable.

La verdadera experiencia no estuvo en posar frente al espejo que simula el lago. Estuvo en lo inesperado: en descubrir que hay siete templos más escondidos, en caminar sin rumbo hacia una montaña que parecía interminable, en atravesar la niebla, en cagarnos de miedo rodeados de monos salvajes y en llegar a un templo vacío, sin turistas, donde pudimos ver la vida real de los balineses.

Viajar es eso: salirse de lo cómodo, dejar que el plan se tuerza, aceptar que la aventura arranca cuando algo sale mal o diferente. Si hubiéramos seguido solo el plan turístico de “puerta-foto-lanzadera”, hoy no tendríamos esta historia que vamos a contar una y mil veces.

Y también hay una enseñanza más personal:

No siempre lo que buscamos es lo que termina valiendo la pena. Ese día queríamos una foto perfecta y nos llevamos un recuerdo mucho más potente: un día surrealista, con dosis de peligro, frustración, risas, miedo y satisfacción.

Los viajes están llenos de “Puertas del Cielo” que en realidad son espejitos. Y también están llenos de montañas durísimas con monos enojados… que terminan siendo la verdadera joya del viaje.

Posts Relacionados del Blog

Haz clic para ir directamente al contenido gratuito del blog ▽

Ahorra con Nuestros Descuentos Viajeros

▶︎ Descuento 5% Seguro de Viajes

▶︎ Descuento 5% Holafly [Internet Viaje]

▶︎ Otros Descuentos

Accede aquí para ver todos los descuentos viajeros que tenemos disponibles en el blog.

¿Quieres colaborar con nosotros? Escríbenos a [email protected]