Capítulo 20: Un Bus hecho pedazos 🚌

Y un amanecer que nos reconstruyó

¡Hola, viajero/a!

Hoy continuamos con la segunda parte de la anécdota en los volcanes de Java. Recuerda que cada semana os enviamos una anécdota NUNCA CONTADA ANTES con una moraleja final y consejo viajero que podéis utilizar. Si quieres leer otros capítulos anteriores puedes hacer clic aquí.

En la Newsletter de hoy:

Lo que nos ocurrió en Asia - Capítulo 20:
Un Bus hecho pedazos 🚌

En la última edición de esta newsletter, les contamos cómo logramos ver el amanecer sobre el Monte Bromo, en Java, tras una serie de estafas, buses infernales y madrugones salvajes. Fue épico, sí… pero ingenuamente creímos que lo peor ya había pasado.

Al parecer, nos volvíamos a equivocar…

Apenas bajamos del mirador del Bromo, fuimos al punto de encuentro donde, en teoría, nos esperaba el conductor que nos llevaría hasta el Monte Ijen, el segundo volcán de nuestra aventura. Media hora después, un coche bastante espacioso se detuvo frente a nosotros. Nos subieron junto a otra chica, y nos sorprendió que solo fuéramos tres. 

Con lo que habíamos vivido esa misma mañana, esperábamos ir como ganado otra vez. Pero no, por ahora parecía que todo marchaba bien. Hasta nos ilusionamos. Nos acomodamos, el asiento trasero entero para nosotros, y nos dejamos caer como dos ángeles desterrados del cielo. Llevábamos más de 36 horas sin dormir.

Ilusos. A la media hora, el coche paró. En medio de la nada.

El conductor se bajó, nos miró y nos dijo que teníamos que esperar ahí, que pronto pasaría otro transporte a buscarnos. Nos bajamos, confundidos y bastante cabreados. Le preguntamos por qué teníamos que bajarnos, a quién estábamos esperando y —sobre todo— cuánto tiempo. El tipo, que no hablaba más de tres palabras de inglés, nos señaló con desgano un warung cerrado a nuestras espaldas y dijo algo como “wait here”.

Nos bajamos de mala gana. Sacamos nuestras mochilas, y nos despedimos de la chica, que tampoco tenía ni idea de qué estaba pasando ni de adónde la estaban llevando. Se fue. Y nosotros nos quedamos ahí. Esperando. Media hora. Nadie. Cero. Ni un coche, ni una moto, ni un alma.

Y de pronto… aparece el mismo coche. Con la misma chica. Se baja, con cara de “no entiendo nada”, y nos cuenta que el conductor se olvidó de que ella también iba al Ijen. La había llevado de vuelta a su hotel, del que ya había hecho el check-out hacía rato. El tipo, en vez de arreglarlo, agarró su coche y se fue. No lo volvimos a ver nunca más.

Veinte minutos después, aparecieron dos buses. Nuestra amiga fue arrastrada —literalmente— hacia uno de ellos entre gritos y señas. Y a nosotros… a nosotros nadie nos decía nada. Hasta que apareció un tercer bus. Uno que parecía más bien una ruina con ruedas.

Nos miramos con Patri y dijimos: por favor, que ese no sea el nuestro.

Intentamos subirnos a cualquiera de los otros dos. Nos rechazaron. “Ya están llenos”. Uno de los tipos nos señaló el tercer bus y dijo: “Ese es el vuestro. Suerte.”

Empezamos a subir resignados, hasta que nos dimos cuenta que solo quedaba un asiento libre. Imagínense nuestras caras de: no puedo creer que me está pasando esto….Patri se sentó en el asiento libre y yo me fui al fondo, con tres cuartos del culo afuera de un asiento que ya iba a reventar. Apoyado contra una ventana que vibraba como si fuera a explotar, sin respaldo, y con la espalda recostada sobre las mochilas de otros pasajeros. Preguntamos cuánto duraba el trayecto.

“Con suerte, siete horas.”

Esa frase nos cayó como un jarro de agua helada. Dormidos media hora en dos días. Cansancio acumulado. Sin comer bien. Y encima nos esperaba una subida a un volcán a las dos de la mañana. Empecé a repreguntarme sobre mi existencia una y otra vez: por qué estaba ahí. Con qué necesidad. ¿Realmente valía la pena? Con lo cómodo que estaba en casa…

El bus se convirtió en nuestra casa las siguientes dos noches. Y ni siquiera era un buen hogar: traqueteaba, olía raro, tenía huecos en el suelo y ventanas que no cerraban. Pero nos llevó.

Llegamos al hostal a las 21:00, destruidos. El lugar, al menos, estaba cerca del Ijen. Los demás pasajeros se fueron a dormir enseguida. Pero nosotros teníamos un agujero negro en el estómago. Salimos a buscar comida. Nada. Ni un warung abierto. Ni un puesto callejero que nos salvara.

La única solución: pedir un Nasi Goreng por Grab. Lo comimos tirados en la cama. Nos duchamos. Y dormimos tres benditas horas.

A las dos de la mañana, estábamos de nuevo en pie. Esta vez, sí. Esta vez fuimos los primeros en subir al bus. Agarramos buenos asientos. Pequeñas victorias.

La subida al Ijen fue dura, muy dura. Empinada hasta obligarte a caminar inclinado, como si estuvieras subiendo una escalera infinita en medio de la oscuridad. Los gemelos gritaban. Las piernas temblaban.

Pero arriba… arriba valió la pena.

No sabemos si fue por lo que vimos o por lo que nos costó verlo. Pero ese amanecer fue inolvidable. El cielo se tiñó de fuego y humo. Las nubes danzaban sobre el cráter como si supieran que habíamos pagado caro por estar ahí.

La bajada fue aún peor. Los músculos no respondían. Cada paso era una tortura. Pero al llegar abajo y ver, una vez más, nuestro querido bus… nos pareció un spa con ruedas. Nos subimos con alegría.

Desayunamos. Esta vez, sí. Y pusimos rumbo al ferry que nos devolvería a Bali.

El trayecto fue corto. Cómodo. Silencioso. Hasta lo disfrutamos. Media hora después, pisábamos la isla de los dioses. Por fin. Esta vez para recorrerla por libre, a nuestro ritmo, antes de que llegaran los primos de Patri y comenzara otra aventura: Bali, Nusa Penida y Gili T.

Moraleja y Aprendizaje de la Historia

En los viajes —como en la vida— los momentos más hermosos a veces se esconden detrás de los más miserables. No es la vista la que te cambia, es todo lo que atravesaste para poder verla. Y sí, hasta el peor bus puede convertirse en hogar si te lleva donde realmente querés estar.

Si te estás planteando hacer esta misma ruta. Piénsatelo bien, y déjate al menos un día de margen entre volcán y volcán. Sabemos que, a veces, los itinerarios son un poco apretados y faltan días, pero si tienes la oportunidad de hacerlo, nos lo vas a agradecer. 

Si no puedes darte ese lujo y haces los dos en días consecutivos, paga un poco más y asegúrate de que el trayecto te sea lo más cómodo posible, ya que para subir al Ijen necesitarás estar al 100%.

Pero siempre de todo se aprende, y aquí aprendimos que: A veces, ahorrar tiempo y dinero sale carísimo.

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