Capítulo 17: El Australiano Contorsionista

Y su mochila voladora 🎒

¡Hola, viajero/a!

Hoy os traemos una historieta graciosa la cual te puede ocurrir a ti. Recuerda que cada semana os enviamos una anécdota NUNCA CONTADA ANTES con una moraleja final y consejo viajero que podéis utilizar. Si quieres leer otros capítulos anteriores puedes hacer clic aquí.

En la Newsletter de hoy:

Lo que nos ocurrió en Asia - Capítulo 17:
El Australiano Contorsionista

Después de varios días en Filipinas haciendo traslado de una isla a otra, nos disponíamos a empezar la odisea para llegar a El Nido. Volamos hasta Puerto Princesa donde pasamos noche y, al día siguiente, nos esperaba un trayecto de varias horas en furgoneta.

“Es pesado, pero vale la pena”, nos habían dicho. Tenían razón… aunque se quedaron cortos con lo de “pesado”. Éramos unas diez personas en una VAN, la típica furgoneta de turistas, donde no entraba ni un alma más.

Hasta ahí “todo bien”, pero después de un par de horas de viaje, la VAN paró, literalmente, en medio de la nada, para recoger a un undécimo pasajero: un chico australiano con cara de no saber muy bien dónde se había metido.

Como ya no quedaban asientos libres, el conductor improvisó con algo que, de seguro, era super habitual para él: abrió el maletero y, de entre todas las maletas, sacó un asiento portátil, lo apoyó en el suelo justo al lado de la puerta corredera y le dijo: “just sit here, bro”. El chico, con una sonrisa medio incrédula, dejó sus cosas donde podía y se sentó.

Imaginaos un asiento que no estaba sujeto a ningún sitio, en una furgoneta filipina yendo a bastante velocidad… Duró media hora. En la primera curva fuerte, el asiento se partió en dos, y el australiano quedó como flotando entre dos respaldos, los pies en el aire, las manos buscando apoyo donde no había. Durante las siguientes tres horas fue así, sujetándose como podía, con un respaldo invisible y riéndose con nosotros de su propia desgracia. 

El pobre chico y su asiento roto

Cuando faltaban un par de horas, paramos para ir al baño y comer algo. Cuando el chico australiano se bajó, enderezó su espalda y le sonó hasta la última vértebra. Cuando volvimos a subir, tanto como él y los demás pasajeros le dijimos al chofer que su asiento improvisado se había partido en dos pedazos. Con toda la calma del mundo, el conductor agarró el asiento y lo encintó un buen rato, anhelando que con eso nuestro amigo australiano llegara a El Nido en una pieza. 

Por supuesto que el apaño no duro ni 5 minutos…

Finalmente llegamos a El Nido, nosotros con las piernas entumecidas y el chico australiano necesitando un quiropráctico urgente. Aun así, estábamos todos de buen humor. Solo nos quedaba encontrar un tuktuk que nos llevara hasta nuestros respectivos hostales. Descubrimos que nuestro amigo del asiento roto se alojaría muy cerca nuestro, por lo que decidimos compartir transporte.

“150 pesos, very far…” nos dijo el primer taxista que se acercó, sin que le preguntáramos nada. Miramos Google Maps, y estábamos a unos diez minutos caminando.

“50 pesos” le respondimos con una sonrisa, intentando regatear.

Se rió, hizo un gesto de “imposible” y se fue. El siguiente empezó en 120. Negociamos poco y aceptó los 50 sin drama. Nos subimos los tres, y en el trayecto hablamos un poco sobre nuestras vidas y los recorridos que estábamos siguiendo en Filipinas.

El trayecto fue breve, pero memorable. Entre baches, perros callejeros y niños gritando “hello!”, seguíamos conversando cuando, de repente, la mochila del australiano salió volando de la parte trasera del tuktuk. Literal. Saltó por detrás tras un bache mal calculado y siguió rodando calle abajo.

Nos giramos en seco. Pero antes de que nadie pudiera reaccionar, el tuktuk que venía justo detrás la cazó al vuelo. La pasajera de atrás —otra viajera que conocimos en el camino de la van y que, por lo visto, tenía buenos reflejos— la atrapó con una mano y nos la devolvió en movimiento, como si fuera Tom Cruise en Misión Imposible 4.

Nos miramos los tres, entre incrédulos y muertos de risa. El conductor ni se inmutó. Mejor dicho, ni se enteró…

Llegamos al hostal, le dimos nuestra parte al chofer del tuktuk, y el australiano, con su mochila de vuelta, nos soltó:

“If I make it alive to my hostel for the rest of this trip, I’ll see you around the island.”

Nos reímos un rato y lo saludamos, deseando volverlo a ver por El Nido en una sola pieza.

Moraleja y Aprendizaje de la Historia

Viajar por Asia te enseña mucho más que a regatear precios: te muestra el verdadero arte de tomarse la vida con humor, incluso cuando todo se tambalea (literalmente). El australiano del asiento roto y la mochila voladora no solo sobrevivió al trayecto, sino que lo convirtió en una anécdota épica. ¿Su secreto? Reírse, fluir y no perder la buena onda ni en las curvas más inesperadas.

Porque al final, lo que realmente importa no es si llegas con la espalda entera, sino con el espíritu intacto. Y eso (más que cualquier destino) es lo que hace que el viaje valga la pena.

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